Contenidos

sábado, 22 de diciembre de 2012

CUANDO EL CUERPO NO REACCIONA



Entre las capacidades inherentes del cuerpo, tenemos lo que llamamos los cinco sentidos: la visión, el olfato, el gusto, el tacto, la audición y el hablar.
Si hablamos de las capacidades de los miembros del cuerpo, tenemos el poder tomar las cosas con nuestras manos, el poder masticar los alimentos con nuestra boca, el poder caminar con nuestros pies, etc., etc.



Pero hay una capacidad que es parte necesaria e imprescindible al cuerpo, que en ocasiones pasamos por alto y que es, a la vez, de suprema importancia: la capacidad auto sanativa y curativa de la cual Dios ha provisto al cuerpo. En este acto intervienen los miembros más adecuados para el caso y la reacción normal del cuerpo a sanar el daño. Por ejemplo: vamos por la calle, nos damos una caída y nos quebramos el brazo. Sentimos un dolor muy grande y la otra mano, automáticamente va a auxiliar el brazo. De ahí en adelante y con la asistencia adecuada, el cuerpo comienza su labor curativa soldando los huesos quebrados, auto eliminando el dolor, sintiendo el auxilio de los otros miembros para la restauración completa y cabal del miembro afectado.



Cuando el cuerpo humano funciona mal y pierde su capacidad inherente de sanidad de sus miembros afectados, dichos miembros se inutilizan, se empeoran y en ocasiones se hace necesario extirparlos; de lo contrario, se afecta todo del cuerpo. El cuerpo no reaccionó correctamente y se perdió el miembro.



Pablo compara a la Iglesia con el cuerpo humano compuesto por muchos miembros (1 Corintios 12). Desde el punto de vista espiritual, Dios ha capacitado a la Iglesia para ejercer su ministerio de restauración cuando algún miembro sufre alguna dolencia o enfermedad espiritual.



Es ahí, cuando la Iglesia tiene la oportunidad de ejercer toda su capacidad restauradora y sanadora sobre los miembros que necesitan la asistencia necesaria para su completa restauración dentro de la ella. La Iglesia tiene la obligación de permitir que Cristo ejerza su influencia sanadora a través de las capacidades de los otros miembros, y los miembros de la Iglesia deben colocarse incondicionalmente para ayudar a la restauración dentro de ella.

Cuando una Iglesia pierde de vista este aspecto de su vocación y no tiene ministerio para la restauración de sus miembros, algo anda mal en esa Iglesia. Cuando una Iglesia solo tiene ministerio para los sanos y no provee para la sanidad del miembro dañado, es porque algo anda mal en esa Iglesia. Cuando el ministerio de la Iglesia se convierte en un ministerio de amputación, es porque algo anda mal en esa Iglesia.



Cuando una Iglesia ejerce el ministerio “luzbélico” de juicio y condena, es porque algo anda mal en el Iglesia. Cuando la Iglesia Local no da oportunidad al pecador para su restauración, es porque algo anda mal en esa Iglesia.



Es más fácil ministrar a los sanos que ministrar a los que están enfermos. Es más fácil sacarse de encima a “los dolores de cabeza”, que no ejercer un ministerio efectivo que elimine el dolor sin eliminar la cabeza.



Es bueno que entendamos que a los débiles siempre los tendremos, a los pobres siempre los tendremos, a los niños siempre los tendremos, a los jóvenes siempre los tendremos, a los viejos siempre los tendremos y que todos ellos, junto con los sanos, componen la Iglesia de Jesucristo.



Le escuché a un predicador decir en cierta oportunidad: “El que no quiera tener estiércol en la caballeriza, que no tenga caballos”.



Me parece que, una Iglesia sana, donde Cristo está, tiene la capacidad para “dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y predicar el año agradable al Señor”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario